lunes, 20 de mayo de 2013

EDITAR LIBROS DEJA RESACA

Cuando terminas el trabajo previo a la publicación quedas rendido y con ganas de baño caliente y botella de vino. El problema es que luego hay que enseñarlo por ahí. A la gente, a los medios, a tu madre... Justo cuando te estás dejando las pestañas buscando erratas y milímetros perdidos, toca presentarlo a lo grande, con concierto incluido. Pasado el sarao, tu cuerpo pide cama y persianas bajadas en alguna playa de Portugal, pero no puedes, ya que al día siguiente comienza la feria del libro de tu ciudad y eso no te lo puedes perder. Lo sabías cuando empezaste a planificarla hace mes y medio. Horas y horas en el stand, presentación –otra– en la carpa principal para no ser menos que Juan Manuel de Prada o Christian Gálvez y cenas y comidas en el bar de la esquina. Cuando no estás en el stand andas preparando pedidos, organizando papeles, peleándote con gmail o con la calculadora, buscando librerías especializadas y planificando los próximos libros. Tus gatos te ponen una hoja de reclamaciones en forma de caca en el pasillo. Ya no te gusta leer, ya no sabes dibujar y posiblemente no huelas como ayer.





Claro que por el camino has conocido a editores a los que quieres parecerte en otra vida, a libreros con los que compartir el stand y el pan si te lo piden, a gente a la que la lluvia o el polen no le impide salir a comprar libros, a chavales que te agradecen un gesto regalándote un dibujo y un poema, y a tus propios compañeros un poquito más, si cabe. Algunos han comprado el libro el lunes y se acercan el martes a decirte que muy bien todo. Caen las primeras reseñas y son bonitas y acertadas. Alguien lo quiere en Brasil y Ana Sender escribe para decir que irá a la presentación de Cáceres, que es YA.

Un tipo al que conozco suele decir que la resaca es el estado natural del hombre. Si al despertarte no tienes remordimientos y nadie te molesta, puede ser un día verdaderamente agradable. En el cohete andamos con una de esas resacas. Una de las buenas.